lunes, 16 de febrero de 2015

RadioJaula/Sigue Adicción

Ahora es prácticamente normal que seamos adictos a todo. La ansiedad nos consume hundidos en el humo de las calles y de las fábricas. Estamos siempre rodeados del exceso. Además, somos incapaces de darle la espalda al vicio, pero no como depravación (aunque, por supuesto, se han visto casos), sino como ese particular ejercicio de nuestro albedrío, que por lo demás tiene conexión directa con ámbitos más profundos: el tiempo, los humores, los estados del alma y del espíritu, el conocimiento, la contemplación, la reflexión y la muerte... El hábito de fumar, por ejemplo, es cultura ancestral. Hace eones el hombre consume infinidad de hierbas aromáticas con propósitos distintos. Cada uno para un particular estado físico, mental, anímico.

Nos basamos, entre otras cosas, en las imágenes ejemplares que nos brinda la literatura. ¿Qué otra cosa fascinaba más a los hobbits que comer y dormir? Eso, fumar. Para no hablar de Gandalf, que todo su día dispone a eso, so pretexto de ser mago… Ahora bien, una cosa es el hábito de fumar y otra evidentemente distinta es la adicción. Nuestra realidad está impregnada con tales rasgos, más allá del propio individuo adicto como de manera tradicional se le concibe. Hay gente que es adicta a series de televisión, a determinados videojuegos, a la comida, al azúcar, al sexo, al chocolate, la cocaína, la pepsi cola, en fin. A cualquier cosa que capte nuestra atención en un preciso momento de la vida y entre en nuestra sangre para no salir jamás.

No todas las adicciones son fatales. En algún punto la gente tiende a superar (o transformar) su adicción. Y en sociedad, cada cual vive su drama. En Wormhole Finished apenas hablé de un caso particular que ocurre aquí en Caracas: la cómica telaraña de pasiones que han tensado las papas de McDonalds con su ausencia. Nadie sabe qué es lo que pasa, pero todos opinamos. ¿Quién no ha comido en esa archi-famosa franquicia de comida rápida? Los arcos dorados son parte de la arquitectura cultural moderna y capitalista de este planeta.

Nadie duda que esas hamburguesas producen adicción. El combo está perfectamente diseñado para producir una sensación especial en el consumidor, aparte de saciarle el hambre por lo menos por un par de horas. Nos atrevemos a afirmar que esto no es ningún secreto, existen estudios serios sobre el tema. Imaginemos los efectos en un niño, que desde muy temprano se acostumbra a esta clase de productos. ¿Cómo reaccionará, por ejemplo, si un día le quitan a su ansiada vianda un ingrediente esencial y delicioso? Entraría en dolorosa crisis, sin duda. Por fortuna, en nuestro país no se ha llegado ni se llegará jamás a escenarios tan trágicos. La gente aquí no es tan salvaje.

Hablando ahora con tono más íntimo, yo mismo he sido consumidor asiduo de esa franquicia. Es más, he reflexionado sobre ese fenómeno en más de una ocasión. Hay (o quizá deba decir habían) dos o tres McDonalds en Caracas donde las hamburguesas no son precisamente una absoluta bazofia. Allí en esos sitios el producto cumple su función, me parece, a cabalidad. Si eres lo suficientemente depravado como para comer eso tres veces a la semana en menos de un mes eres adicto. ¿Es dañino? De más. Pero es justo aquí donde la gente dice: de algo habrá que morirse… Estamos acostumbrados a encontrar, entre los que utilizan ese discurso, a los fumadores de cigarrillo. Pero las hamburguesas de McDonalds son en extremo peores que el cigarrillo. Hay gente que se fuma veinte, treinta, cuarenta cigarrillos diarios y duran más o menos unos años (depende). ¿Cuántas hamburguesas de McDonalds es capaz de soportar el cuerpo, al día?

Aquí es un drama para cierta parte de la población. En cuestión de minutos esa parte termina involucrándonos a todos en sus angustias. Y se vuelve toda una máquina de discursos como la que ya hemos hablado. Vale la pena sumergirse allí, en ese lenguaje en ebullición que hoy poseemos. No sabemos con certeza nada de lo que decimos, pero nos divertimos. Por las redes sociales corre un meme referente a todo este asunto que dice: humo negro en las chimeneas de McDonalds, todavía no tenemos papa.

Termino por hoy compartiendo otro de nuestros programas: Sigue Adicción… I´m loving it!  


lunes, 2 de febrero de 2015

Wormhole Finished

Salir del Wormhole se convirtió, en medio del trance de la noche, en una poderosa experiencia de triunfo heroico. Trajo consigo, entre otras cosas, una ráfaga de continuidad, de coherencia. Después del purpúreo vórtice las cosas finalmente adquieren sentido. Se completan. Luego de una victoria así, queda dicho, honor y gloria a todos los caídos, torrentes de sangre derramada por suelos metálicos de destellos multicolores, en fin, la preparación para nuevas venturas, vidas enteras, mundos enteros que somos... 

Uno de ellos es Doom, ya mencioné que lo he recorrido recientemente y, como ocurre siempre, me quedo pensando en esos términos de infiernos tridimensionales, y ese universo donde desgarrar, destripar y volar en pedazos son nuestro único modo de vivir o morir. 

En este caso se trata de una de las expansiones del Final Doom, por lo que algunos mapas son mucho más "conceptuales", intrincados, geniales y supremamente difíciles, llenos de secretos, llaves, objetos ocultos, laberintos, puertas falsas, ríos tóxicos y minotauros. 

El año comienza, a su vez, intenso. La gente en la calle enloquece y se arrancan los cabellos (lo hemos hecho, ya pocos nos quedan). De pronto estalla la guerra comunicacional en Twitter. La política y la "situación del país" invaden nuestras pobres almas y ponen a hervir el espíritu colectivo. Pasiones desgarradoras brotan en torno a cada acontecimiento... La mayoría no puede digerir tanta trascendencia, de pronto deja de entender, le cuesta explicarse, definirse, actuar. 

Por fortuna, dramas de este tipo pueden también conmovernos a risa, y en el fondo, semilla codificada, encapsulada, nos dejan una profunda enseñanza. Primero hay posibilidades de que sobrevenga el shock: Una mañana McDonalds de Venezuela amanece sin papas y la humanidad entera tiene que sufrirlo, a cada nivel de la existencia. Hemos visto a muchos huir de la irremediable locura de nuestros días. A un lugar como la Matrix donde pueda uno vivir engañado, alienado, tragando porquerías mientras una malévola máquina se alimenta de nosotros. Un escape perfectamente válido a la ansiedad que produce esa condición humana de la sospecha, de la duda, madre de la divagación, la meditación y el diálogo. Ah no. Matemos eso con el dulce néctar de manteca transgénica contenida en las papas de McDonalds. 

La enseñanza, como es natural que ocurra, alcanza a iluminar a algunos pocos y los acongoja con la incertidumbre, la desconfianza y la vacilación. ¿Vale la pena? Vale preguntarse. Esta vida / la otra. Siendo individuo de este mundo ¿necesito esas papas? ¿Se puede vivir en paz sin ellas? (y, se entiende, sin las cosas, el discurso, la ideología y el modo de vida que estas representan). Hay muchas otras alternativas de sublimación si es que el delirio en cuestión es la manteca: Toda Caracas está minada de perrocalenteros, calles del hambre, areperas, carmelos, polleras, cachaperas y los más diversos entes dispensadores de delicioso sustento. Da hambre de sólo pensarlo. Nada más existe para saciar el antojo que nos produce la ansiedad moderna y citadina que la bala fría y la inyección de azúcar carbonatada. Pero lo importante es entenderlo y hacerlo consciente. Comamos hasta reventar y exterminemos demonios en todas las dimensiones, con la mente clara, eso sí, anotando cada incidente en nuestra bitácora de horrores y victorias.