Salir del Wormhole se convirtió, en medio del trance de la noche, en una poderosa experiencia de triunfo heroico. Trajo consigo, entre otras cosas, una ráfaga de continuidad, de coherencia. Después del purpúreo vórtice las cosas finalmente adquieren sentido. Se completan. Luego de una victoria así, queda dicho, honor y gloria a todos los caídos, torrentes de sangre derramada por suelos metálicos de destellos multicolores, en fin, la preparación para nuevas venturas, vidas enteras, mundos enteros que somos...
Uno de ellos es Doom, ya mencioné que lo he recorrido recientemente y, como ocurre siempre, me quedo pensando en esos términos de infiernos tridimensionales, y ese universo donde desgarrar, destripar y volar en pedazos son nuestro único modo de vivir o morir.
En este caso se trata de una de las expansiones del Final Doom, por lo que algunos mapas son mucho más "conceptuales", intrincados, geniales y supremamente difíciles, llenos de secretos, llaves, objetos ocultos, laberintos, puertas falsas, ríos tóxicos y minotauros.
El año comienza, a su vez, intenso. La gente en la calle enloquece y se arrancan los cabellos (lo hemos hecho, ya pocos nos quedan). De pronto estalla la guerra comunicacional en Twitter. La política y la "situación del país" invaden nuestras pobres almas y ponen a hervir el espíritu colectivo. Pasiones desgarradoras brotan en torno a cada acontecimiento... La mayoría no puede digerir tanta trascendencia, de pronto deja de entender, le cuesta explicarse, definirse, actuar.
Por fortuna, dramas de este tipo pueden también conmovernos a risa, y en el fondo, semilla codificada, encapsulada, nos dejan una profunda enseñanza. Primero hay posibilidades de que sobrevenga el shock: Una mañana McDonalds de Venezuela amanece sin papas y la humanidad entera tiene que sufrirlo, a cada nivel de la existencia. Hemos visto a muchos huir de la irremediable locura de nuestros días. A un lugar como la Matrix donde pueda uno vivir engañado, alienado, tragando porquerías mientras una malévola máquina se alimenta de nosotros. Un escape perfectamente válido a la ansiedad que produce esa condición humana de la sospecha, de la duda, madre de la divagación, la meditación y el diálogo. Ah no. Matemos eso con el dulce néctar de manteca transgénica contenida en las papas de McDonalds.
La enseñanza, como es natural que ocurra, alcanza a iluminar a algunos pocos y los acongoja con la incertidumbre, la desconfianza y la vacilación. ¿Vale la pena? Vale preguntarse. Esta vida / la otra. Siendo individuo de este mundo ¿necesito esas papas? ¿Se puede vivir en paz sin ellas? (y, se entiende, sin las cosas, el discurso, la ideología y el modo de vida que estas representan). Hay muchas otras alternativas de sublimación si es que el delirio en cuestión es la manteca: Toda Caracas está minada de perrocalenteros, calles del hambre, areperas, carmelos, polleras, cachaperas y los más diversos entes dispensadores de delicioso sustento. Da hambre de sólo pensarlo. Nada más existe para saciar el antojo que nos produce la ansiedad moderna y citadina que la bala fría y la inyección de azúcar carbonatada. Pero lo importante es entenderlo y hacerlo consciente. Comamos hasta reventar y exterminemos demonios en todas las dimensiones, con la mente clara, eso sí, anotando cada incidente en nuestra bitácora de horrores y victorias.
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